Uno de nueve
Te entregabas a la cumbia por entonces, más por renegado que
por tener el ritmo en el cuerpo, te devolvimos al
funk donde pertenecías, te vimos moverte como pez en el aceite con los huayños
peruanos.
Todo parecía un viaje, un trip extremo, siempre acelerado,
siempre dramático. Te sacudimos en las gradas buscando una emoción, te sacudieron después los celos; las palabras,
verdes y burbujeantes salieron destrozándote la boca. Te tomó tiempo regenerar el
par de pétalos que tenías por labios, mientras sucedía, se agitaban al sol
otros gérmenes buscando emerger y abrirse en tu piel. Le dimos humedad al
sembradío.
San Pedro, Landaeta, Plaza El Cóndor, si las calles hablaran
dirían no me asfaltes, poco les importamos nosotros, inmersos como estuvimos en el simulacro del amor.
Nueve de nueve
El rock n roll, inicio y fin, nos unía una cinta de
cassette, un compilado Liverpool, una rareza de La Máquina,
unas notas robadas en Sucre.
Nos separaban las cosas que no dije en 10 años y las que no hiciste
en ese mismo tiempo, el mundo se entendía apenas como una discreta banda
sonora, flotamos entre esferas de gelatina y queso, la realidad que todo lo
derrite nos puso a caminar sobre agua hirviente.
Ir y venir(se), caminar y encontrar(se), no había fin, y no
lo hubo, no fue amor porque faltó el manual, no fue boda porque no concebí el futuro.
Centro y Villa, umbral y ventana, todos los rincones, todas
las contorsiones, todo lo recorrimos, pero el mundo no es tan grande y se
agota, la cinta se rompe, el sonido se opaca.
Cuando me extraño a mí misma te canto, pero la banda sonora
de la vida hoy es más fuerte, no hay manera de rebobinar.
Seis de nueve
Sonreías como un animalillo en la oscuridad, un cascabeleo
ronco con eco de caverna. Me atemorizaban tus ojos de largas sombras, tu piel
gris, mate y tibia. Siempre vibrabas.
Te conmovía la cruz y te sacudía una historia rocambolesca de
genes y arcones familiares, te perseguían la muerte y la vida que acababas de
dar. Un arpón escapado de entre mis costillas o una flecha nacida en mi dedo
meñique nos habían puesto tan cerca.
La atmósfera nacía entre tus dientes, siempre cálida oscura
y envolvente, siempre tan lluvioso tú, siempre tan brumoso.
Movías las piedras al mirarlas, moldeabas el acero. La barbilla
afilada y la barba suave, cierto aire de guerrero moro, las puntas de tus dedos, esferas, proyectiles, me sacudías como a las piedras.
Te di un beso en el foyer del cine, fuimos el film.
Corrimos cuesta arriba, contamos las luces, unimos las gotas de rocío, bebimos la niebla, esperaste.
Esperé, una ráfaga antimotines me paralizó la cintura. Los guijarros bajo nuestra sombra intentaban una canción vieja, la repetían con esfuerzo, nos congelamos frente a un abismo de luces, a tus pies la vorágine; a tus cabellos, la escarcha.
Te di un beso en el foyer del cine, fuimos el film.
Corrimos cuesta arriba, contamos las luces, unimos las gotas de rocío, bebimos la niebla, esperaste.
Esperé, una ráfaga antimotines me paralizó la cintura. Los guijarros bajo nuestra sombra intentaban una canción vieja, la repetían con esfuerzo, nos congelamos frente a un abismo de luces, a tus pies la vorágine; a tus cabellos, la escarcha.
Susurraste un bolero a medianoche, abrí los ojos y las
sombras largas fueron mías. Me eché a correr.
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