lunes, 11 de noviembre de 2013

Déjà vu , déjà oublié. Olvidando las ciudades que no hemos vivido.

Armando Silva llamó ciudades imaginadas a su estudio sobre los imaginarios urbanos en ciudades iberoamericanas. Antes de leer la serie y dispersa como soy, el título nada más  me llevó a recordar y ficcionar sobre miles de cosas. Volví un poco en el tiempo y recordé mis especulaciones sobre las ciudades que no había conocido, mis cartas de amor desde ciudades que imaginaba para ti y mis decisiones irracionalmente tomadas en/de y sobre la vida de las cuales tontamente me enorgullezco.

Támesis

Los ríos me habían causado fascinación desde siempre, nunca pude entender como una ciudad podía negar su origen, creo que ahora lo entiendo y no me agrada. Fascinada por las ciudades y sus ríos y digna fanática de la british invation, me lancé a escribirte una carta desde una imaginaria Londres hace unos 10 años, no elegí Liverpool porque las ideas de puerto que tenía no me resultaban del todo atractivas y en cambio la Londres de mi mente tenía más íconos texturas y recuerdos que concordaban extrañamente con lo que quería imaginar .
Ilustrada con una hoja seca tomada de mi camino diario por Miraflores tomé la página en blanco, un grafo 0.1, me apoyé melancólicamente en la baranda del Támesis, y comencé a escribirte, me agradaba el sonido del nombre, sabía que la pronunciación inglesa sería diferente y  se me antojó pensar que sería más fluvial, mas líquida. Lo fue, Thames sonaba un poco como una ola. Escribí sobre el Big Ben y pensé que London era un poco el repicar de la torre: Lon-Don, Lon-don, lon,don y se hacía de noche.
Te escribí  desde la baranda pensando en  Westminster Abbey, apoyada en el fierro forjado en una postura poco natural porque posaba para ti y quería capturar cierto aire inglés que más bien era bruma, te imaginé donde no estabas y te llevé a pasear por lugares comunes en una doble evasión a tu presencia.
 Te escribí desde donde podía tomarte de la mano, mientras imaginaba que respiraba en otra ciudad y desde allí, desde la niebla, te extrañaba.

París

Desperté soñando que volvía a París, nunca había estado en París, debía volver a París. O al menos eso creí esa mañana, y te extrañé de nuevo, y te extrañé de verdad, porque ahora no estabas ni en la Londres de mi mente, ni a un estirar de brazo de distancia.
Pensé que no conocía París, no podía imaginar la Seine, ni un paseo en bateaux-mouche, la idea de un río como un ente femenino me resultaba extraña, amaba los ríos y mi romance con ellos era posible en mi mente cuando eran ellos, un romance sáfico no era atractivo para mí en ese momento.
Pensé que debía ser más fácil, conocer el idioma de un lugar debía acercarte a él, pero tal vez era lo opuesto, no tal vez, era así, porque cuanto más conocía mas difícil me era simplificar, no podía tejer París no podía reducirla, se mezclaban en mi cabeza el barrio latino, las lecturas educativas de Promenades dans Paris, las escenas de París Je t’aime, los recuerdos de viaje de los amigos, las descripciones de las novelas del siglo pasado y el mapa de París de los años 40; las noticias en los barrios de inmigrantes, las canciones, los exámenes, Notre Damme, el TGV. Todo a grande vitesse.
Cuanta más información tenía, más difícil me era armar el escenario, me quedé al fin con la idea de un corto, La vieille damme et les pigeons. Me refugié en una historia en dibujo porque no soporté mi incapacidad para armar una ciudad en mi mente o no soporté la idea de que de verdad no estabas. No te escribí nada.
Ya no quise volver a París.

La Paz



Más verde, menos verde. Los recuerdos de mis doce años robando flores por los jardines vecinos, en columpio gritando groserías cada vez que cruzábamos miradas, el colegio a diez metros de distancia, la iglesia a veinticinco, las flores, el jardín; las flores, mi abuela; las flores, el camino secreto; las flores, mi delantal roto; las flores, las gradas, mi primer beso negado, las flores. Mis padres de la mano.Las flores.
Un paseo veloz por los viejos jardines que ya no están, por la casa del jardín secreto que salió en esa película, el fantasma de los jardines que se van, mis padres caminando de espaldas a mí mientras los sigo lentamente, nuestros  ritmos son diferentes.
La ciudad ya no es mía y debo construir otra, otra con jardines donde estés a una distancia razonable de distancia, donde hayan atardeceres rosa y serranías de cacao, de café con leche, de ladrillo, de niños que roban flores, de calles empedradas y abuelas que cultivan rosas.
Extraño La Paz como te extrañaba en Londres, porque está al alcance de mis manos pero tengo la certeza de que no es para siempre. No puedo imaginar la ciudad como no puedo imaginar París, me excede. Cualquier párrafo o más bien todos los párrafos que pudieran escribirse me parecen insuficientes, sesgados, finalmente miserables frente a todo lo que sé, lo que no sé y lo que con certeza no voy a saber de este pedazo de mundo.
La historia, el censo, la ciudad, las dos ciudades, las tres ciudades, la plaza de toros, mi tesis, el pavimento, el estudio Técnico Económico Social y Ambiental, las flores, las aves, los parásitos, los ríos, las corrientes, las piedras esculpidas por el agua.


Esta ciudad me ha invadido y me sobrecoge.