Armando Silva llamó ciudades imaginadas a su estudio sobre
los imaginarios urbanos en ciudades iberoamericanas. Antes de leer la serie y dispersa
como soy, el título nada más me llevó a
recordar y ficcionar sobre miles de cosas. Volví un poco en el tiempo y recordé
mis especulaciones sobre las ciudades que no había conocido, mis cartas de amor
desde ciudades que imaginaba para ti y mis decisiones irracionalmente tomadas
en/de y sobre la vida de las cuales tontamente me enorgullezco.
Támesis
Los ríos me habían causado fascinación desde siempre, nunca
pude entender como una ciudad podía negar su origen, creo que ahora lo entiendo
y no me agrada. Fascinada por las ciudades y sus ríos y digna fanática de la british invation, me lancé a escribirte
una carta desde una imaginaria Londres hace unos 10 años, no elegí Liverpool
porque las ideas de puerto que tenía no me resultaban del todo atractivas y en
cambio la Londres de mi mente tenía más íconos texturas y recuerdos que
concordaban extrañamente con lo que quería imaginar .
Ilustrada con una hoja seca tomada de mi camino diario por
Miraflores tomé la página en blanco, un grafo 0.1, me apoyé melancólicamente
en la baranda del Támesis, y comencé a escribirte, me agradaba el sonido del
nombre, sabía que la pronunciación inglesa sería diferente y se me antojó pensar que sería más fluvial, mas
líquida. Lo fue, Thames sonaba un poco como una ola. Escribí sobre el Big Ben y
pensé que London era un poco el repicar de la torre: Lon-Don, Lon-don, lon,don y se hacía de noche.
Te escribí desde la
baranda pensando en Westminster Abbey, apoyada
en el fierro forjado en una postura poco natural porque posaba para ti y quería
capturar cierto aire inglés que más bien era bruma, te imaginé donde no estabas
y te llevé a pasear por lugares comunes en una doble evasión a tu presencia.
Te escribí desde donde
podía tomarte de la mano, mientras imaginaba que respiraba en otra ciudad y
desde allí, desde la niebla, te extrañaba.
París
Desperté soñando que volvía a París, nunca había estado en París,
debía volver a París. O al menos eso creí esa mañana, y te extrañé de nuevo, y
te extrañé de verdad, porque ahora no estabas ni en la Londres de mi mente, ni
a un estirar de brazo de distancia.
Pensé que no conocía París, no podía imaginar la Seine, ni
un paseo en bateaux-mouche, la idea de un río como un ente femenino me
resultaba extraña, amaba los ríos y mi romance con ellos era posible en mi
mente cuando eran ellos, un romance sáfico no era atractivo para mí en ese momento.
Pensé que debía ser más fácil, conocer el idioma de un lugar
debía acercarte a él, pero tal vez era lo opuesto, no tal vez, era así, porque
cuanto más conocía mas difícil me era simplificar, no podía tejer París no
podía reducirla, se mezclaban en mi cabeza el barrio latino, las lecturas
educativas de Promenades dans Paris, las escenas de París Je t’aime, los recuerdos
de viaje de los amigos, las descripciones de las novelas del siglo pasado y el
mapa de París de los años 40; las noticias en los barrios de inmigrantes, las
canciones, los exámenes, Notre Damme, el TGV. Todo a grande vitesse.
Cuanta más información tenía, más difícil me era armar el
escenario, me quedé al fin con la idea de un corto, La vieille damme et les pigeons. Me refugié en una historia en dibujo porque no soporté mi incapacidad para
armar una ciudad en mi mente o no soporté la idea de que de verdad no estabas. No
te escribí nada.
Ya no quise volver a París.
La Paz
Más verde, menos verde. Los recuerdos de mis doce años
robando flores por los jardines vecinos, en columpio gritando groserías cada
vez que cruzábamos miradas, el colegio a diez metros de distancia, la iglesia a
veinticinco, las flores, el jardín; las flores, mi abuela; las flores, el camino
secreto; las flores, mi delantal roto; las flores, las gradas, mi primer beso
negado, las flores. Mis padres de la mano.Las flores.
Un paseo veloz por los viejos jardines que ya no están, por
la casa del jardín secreto que salió en esa película, el fantasma de los
jardines que se van, mis padres caminando de espaldas a mí mientras los sigo
lentamente, nuestros ritmos son diferentes.
La ciudad ya no es mía y debo construir otra, otra con
jardines donde estés a una distancia razonable de distancia, donde hayan
atardeceres rosa y serranías de cacao, de café con leche, de ladrillo, de niños
que roban flores, de calles empedradas y abuelas que cultivan rosas.
Extraño La Paz como te extrañaba en Londres, porque está al
alcance de mis manos pero tengo la certeza de que no es para siempre. No puedo
imaginar la ciudad como no puedo imaginar París, me excede. Cualquier párrafo o
más bien todos los párrafos que pudieran escribirse me parecen insuficientes,
sesgados, finalmente miserables frente a todo lo que sé, lo que no sé y lo que
con certeza no voy a saber de este pedazo de mundo.
La historia, el censo, la ciudad, las dos ciudades, las tres
ciudades, la plaza de toros, mi tesis, el pavimento, el estudio Técnico
Económico Social y Ambiental, las flores, las aves, los parásitos, los ríos, las
corrientes, las piedras esculpidas por el agua.
Esta ciudad me ha invadido y me sobrecoge.